El Huracán


Catorce años después, regresó de la misma forma en la que lo conocí. Curiosamente él siempre aparecía luego de cada huracán, como si su propósito de vida fuera alborotar mis emociones con su simple presencia. Lo llame ángel en su momento porque a pesar de llegar como un ciclón,  gracias a su inocencia, pude superar viejos demonios. Y desde entonces lo veneré.

Durante estos catorce años he gozado con sus logros y llorado por sus desaventuras. Siempre he estado atada a su vida aunque él ni sepa de mis desvaríos. Intentando rehacer mi vida, buscando ese amor que yo sabía que solo él me podía ofrecer pero que otras más fueron sus recipientes.

El problema es que esos recipientes lo convirtieron en un huracán categoría diez. Si, y así me visito luego de catorce años. Bajo una categoría devastadora, de esas que no dejan nada a su paso, solo desolación, bajo la oscuridad más abrumadora que he experimentado toda mi vida.

La luna era la única que muy tenue hacia ver su silueta imponente de seis pies de altura. Allí entre su baño natural, hablamos del pasado, nos remontamos a su antiguo él, ese que me enamoró y por esa noche pensé que en el fondo nunca había cambiado, que ese inocente adolescente que me deleitaba con su poesía, aún existía.

Y ocurrió, como ráfaga de quinientas millas por hora, eso que por tantos años buscaba, un beso robado que retumbó toda mi alma. Acepto que no me lo esperaba y de momento lo rechacé y ni si quiera entendía el porqué. Quizás dentro de todo, me dejé llevar por su nueva reputación, esa que no conocía y me costaba mucho aceptar, esa llena de negativos excesos.

Luego de veinticuatro horas de esa arrebatadora visita, regreso con su virazón pero esta vez con diez tornados a su alrededor y ahí me vi indefensa y me deje llevar, porque en el fondo, era lo que estaba esperando aunque no con esas fuerzas huracanadas. No permití que pasara ciertos límites pero moría porque me destrozara y me volviera a reconstruir.

Al tercer día, en vez de reconstruir la zona de desastre, la arremató con un terremoto magnitud cien.  Y ahí retire toda esperanza de recuperar su antiguo él, su reputación le precedía. Solo quería destruir todo a su paso y esfumarse cual huracán. Yo le dije que no, y como era de imaginárselo, ni los vientos alisios acariciaron mis risos un día más.

Me sentí extraña, no lo niego, pero me repuse, como todo país luego de un temporal. Admito que lo buscaré porque él siempre será la debilidad de su señorita bonita, pero no sé si quiera plantar bandera en esta ciudad.

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